3. Un matrimonio muy convenido (para él)

Esta es la historia de un padre que trabaja en una oficina (cuando no está pasándoselo bien fuera), una madre que pasa sus días barriendo la casa y fregando platos, y tres niñes.

Lo interesante llega cuando la madre, que es elástica, alcanza con la aspiradora todos los rincones del suelo de la casa, y el padre que es increíblemente fuerte, le levanta el sofá sin esfuerzo para que esta pueda aspirar por debajo.

Esta es la historia de ‘’Los Increíbles’’.

Lo de hacer referencia a las princesas Disney, está demasiado incluido en todos los discursos de amor romántico por el claro ejemplo que suponen. Por eso queremos ir mas allá, remontarnos al 2004 y no al 1960. Y es que son un ejemplo perfecto de la división del trabajo por sexos.

Esto es una familia nuclear, la unidad básica del sistema capitalista, sustentada, por supuesto, por el matrimonio.

Primero, el matrimonio significa la formación de pequeños grupos de ayuda y una transmisión de la propiedad privada por la que “la mujer se da y el hombre se aumenta con ella”, por la que la mujer es un útero con patas que garantiza que lo que produzca el hombre seguirá existiendo tras su muerte.

El amor romántico aún no existe.

Eso empieza en el Romanticismo.

La Iglesia nos mitifica (a las mujeres), respondiendo a sus propios intereses y a los de un sistema capitalista en auge al que le interesa que el amor sea devoción y pertenencia; que el amor esté limitado y tengamos aforo de 1 persona y sea imposible la ayuda mutua entre grandes grupos.

Entonces surge la familia nuclear.

La familia nuclear supone mamá, papá, churumbeles y burguesía.

La familia nuclear supone que mamá cuide dentro de casa y papá produzca fuera.

La familia nuclear supone la división sexual en tu entorno más cercano, apoyándose, en los roles de género, estereotipos sin sentido que sólo refuerzan el sistema vigente.

La familia nuclear crea pequeños grupos con un poder adquisitivo enorme que, al ser educados en el consumo por el consumo, no se plantean que estén usando ese poder, porque crecieron usándolo.

El capitalismo nos mete a presión esa ansia de posesión y utilidad que damos a todo lo que nos rodea; nos vende la pasión como ése vínculo de conocimiento pleno en el que dos personas son inseparables y viven casi en un mismo cuerpo.

Hace que confundamos esa adrenalina del principio con el cuidado de una relación.

Y ahí es donde entran los celos.

Éste amor capitalista que se han montado nos come por dentro, nos mata cuando nos hace creer que “si tiene celos es que te quiere”, que “sin ti no soy nada”.

No, al sistema en el que vivimos no le interesa lo angustiadas, dolidas o cachondas que estemos por culpa del amor. Si el capital fuese una persona no vendría a preguntarte si te duele que tu pareja esté con otra gente o qué tal van las expectativas de morir “sola”, si no fuese para venderte remedios caros.

Parémonos a pensar en la frase “cada oveja con su pareja”, que define muy bien la idea.

Primero: ¿Qué pareja? ¿A caso necesitamos una? ¿Es que lo de la media naranja no lo hemos dejado ya atrás?

No estamos a medias, no nos falta nada. No necesitamos personas y/o cosas para estar completas. No hay necesidad de comprar un desodorante caza-mujeres ni un coche atrapa-hombres.

Sí: les humanes somos seres sociales; no: eso no significa que necesitemos el amor romántico.

Segundo: las ofertas para dos. No hay ofertas para tres, ni para uno. No te dan la opción de irte de viaje con tres personas. O sola. ¿No podemos querer ir de viaje a un paraíso solas?

Debemos desaprender eso de que el amor va de la mano de la prosperidad económica, eso de que poseer a una persona te va a hacer más feliz y a aumentarte a su vez, o de que necesitas consumir para atraer.

Y, bueno, cuando el amor romántico resulta que no funciona, cuando resulta que el matrimonio no retiene a nadie y les hijes no arreglan algo que ya está roto, toca pagar a una abogada… y a una psicóloga y a la farmacéutica que vende las pastillas contra la ansiedad (eso sí: el coste final será mayor para ti que para tu bolsillo) y a ver qué se hace con la hipoteca, la casa, ese “nidito de amor” que habíamos creado.

Ay, qué bonito es el capital, que primero nos vende sus historias de una casa, un marido y dos niñas, y después nos mete en terapia para tratar de olvidarlo.

¿Desde cuándo es natural y sano relacionarse así?

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